El reciente Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, concedido al filósofo surcoreano afincado en Alemania Byung-Chul Han, confirma que el pensamiento filosófico más celebrado de nuestro tiempo es el que denuncia sin irritar. Su crítica al capitalismo neoliberal y a la digitalización se presenta como demoledora, aunque en realidad tiene el mismo efecto que un café descafeinado o una cerveza sin alcohol, en el sentido que señaló Slavoj Žižek hace varios años. Es decir, es un tipo de crítica que busca preservar la comodidad del consumo cultural, una denuncia cuidadosamente despojada de su núcleo inquietantede toda referencia a real que, según Lacan, revela a través de los síntomas lo que resulta inaceptable para el orden vigente.
La paradoja del éxito de Han proviene precisamente de su compatibilidad con el sistema que busca criticar. Sus libros se venden masivamente, no porque causen malestar, sino porque acompañan elegantemente las contradicciones de una época que aspira a la rebelión, pero sin conflicto. La fuerza inicial de su obra residió en mostrar cómo el mandato contemporáneo de autenticidad, esa exigencia de parecer libre y productivo en el espacio físico y virtual, se transformó en una nueva forma de servidumbre. Mientras el sujeto celebra su autonomía, Han confirma la autoexplotación. Sin embargo, cuando esta reflexión podría haber conducido a una crítica estructural de las condiciones de producción del deseo y del trabajo, su pensamiento se detuvo en una invitación moral a la desaceleración y la contemplación. El resultado es una filosofía a la que se le ha eliminado toda fricción, una versión saneada de la crítica.
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